miércoles, 15 de agosto de 2007

1.- Juicio de la iglesia

En ninguna época de la historia del cristianismo ha cambiado el juicio de la Iglesia sobre los cultos satánicos. Éstos entran en la categoría de la idolatría, porque atribuyen poderes o características divinas a un ser que no es Dios y que es el "enemigo del género humano". Por lo tanto, son actos que apartan radicalmente de la comunión con Dios, ya que conllevan en el hombre una libre opción por Satanás en lugar de por el único Señor. Nos encontramos frente a un pecado contra el primer mandamiento de la ley de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 2.110 ss). El anuncio de la potencia redentora del Resucitado, contenido esencial del Kerygma apostólico, es sustituido por "técnicas" y "ritos" con los cuales se pretende obtener, para sí o para otros, la protección del maligno. El Catecismo de la Iglesia católica dice: "Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone "desvelan" el porvenir. La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a "mediums" encierran una voluntad de poder sobre el tiempo, la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios"

Frente a estos cultos satánicos, la santa Iglesia, siempre que haya certeza de la presencia de Satanás, recurre al exorcismo. El Catecismo nos recuerda esta praxis eclesial: "El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el caso de las enfermedades, sobre todo psíquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por tanto, es importante asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de una presencia del maligno y no de una enfermedad" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1.673). La celebración de este sacramental, reservado al obispo o a ministros elegidos por él para ese fin, consiste en la reafirmación de la victoria del Resucitado sobre Satanás y sobre su dominio (Código de derecho canónic, c. 1.172).

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